Al igual que cuando era niña, no quiero que ese día llegue. Me sorprendo tratando de pensar en otra cosa cada vez que algo me lo recuerda, y evitando siempre hablar del tema.
Es que en las vacaciones lo paso tan, pero tan bien con mis hijos, que mi sensación es de que los recupero. Cuando terminan las clases en Diciembre mi alegría es tal como si mis hijos vinieran volviendo de un largo internado. No es que no me guste el colegio en que están, sino que me parece que el sistema escolar en general, nos impone como familia, un paradigma en el cual movernos, que muchas veces me es incómodo.
Para dar algunos ejemplos: detesto todo el tiempo que gastamos juntando ropas que cumplan con las normas, que la zapatilla no se le pueda ver ni la marca, que los pinches tienen que ser de un color, etc. Luego los horarios estrictos, que ni al baño se puede ir con libertad. Me carga que los niños se tengan que levantar tan temprano y llegar tan tarde a sus casas. Tienen tan poco tiempo libre!
Aunque trato de evitarlo, la relación entre padres e hijos se eclipsa por el colegio. Es como si no se pudiera hablar de otra cosa,.. que mamá tienes que comprarme tal material, que fulanita esta de cumpleaños, que ayúdame a estudiar para la prueba, que me falta el libro que me pidieron que leyera, que hoy me tengo que quedar hasta mas tarde así que venme a buscar a otra hora, etc., etc. Todo: el tiempo, las conversaciones, las preocupaciones, las ilusiones y la dedicación se las lleva el colegio,.... y es eso lo que detesto.
En general siento que se les exige tanto a los niños y se les da tan poco espacio para crear y explorar. Es por eso que todos mis esfuerzos durante el año apuntan a compensar toda esa área, que es personal, que respeta sus gustos y sus tiempos. En general, es en el arte, la música y la danza en que hemos encontrado esos espacios y también en esas arrancadas a la plaza o a andar en bicicleta en que por pocos minutos, demasiado pocos, somos dueños de nuestro tiempo como familia.