Desde que mis niños son muy chicos he sentido que mi manera más
natural de acercarme a ellos, de entender su mundo, y de compartirlo es a
través del arte y de todas sus manifestaciones. Todos mis mejores recuerdos con
ellos, esos de complicidad, de risas y de afecto inconmensurable son en torno a
cantar, bailar, disfrazarnos, pintar, armar una escultura de cajas, etc.
Pronto entendí que el arte es un ámbito en que no importa
nuestra edad ni nuestra historia, uno se conecta con el otro en un plano
diferente. No sé si se llama alma, espíritu o esencia pero es diferente pues se
siente placer y alegría al mismo tiempo, el corazón y el amor se siente en el
pecho, no es una metáfora, es una sensación corporal real. Al mismo tiempo se
siente la unión total con el otro y todo se transforma en una experiencia difícil
de olvidar.
Cuando los niños entraron al sistema escolar, me di cuenta que
este espacio se perdía. Que pronto aparecían las obras y actos por obligación o
por razones que no obedecían ni a la creatividad, ni a la libertad de
expresión. Entonces, intuitivamente traté de compensar esta falta.
Empecé a llevar a los niños a lugares y obras culturales,
implementé en mi casa un rincón lleno de materiales para crear, puse música
todas las tardes y jugamos a interpretarla, etc.
Ahora que los tres mayores son más grandes les trato de
ofrecer todas las oportunidades que quieran de prácticas de instrumentos, de
asistir a conciertos, clases de arte, de
danza, etc. También buscamos actividades en museos, exposiciones a las que
vamos en familia, investigamos y también seguimos jugando.
Es tanto lo que disfrutan haciendo cosas artísticas y es
tanto lo que les proporciona que siempre siento que ha sido una buena opción.
El arte no solo les significa una actividad placentera sino que también de
creatividad, de perseverancia, de trabajo en equipo y de seguridad en sí
mismos. Además tienen que lidiar con la frustración, con el vencer las
dificultades y aprender a hacer las cosas con dedicación y cariño para que
resulten.
Veo en ellos todos los días los ojos chispeantes de una felicidad
total, de libertad y de conexión con el otro y generalmente esta sensación no
viene del ámbito escolar sino de los logros en sus actividades artísticas. Es
lo mismo que veo en los ojos de los adultos cuando escuchan esa música que
tanto les gusta, cuando hablan del libro que acaban de leer, o cuando confiesan
que disfrutan con sus clases de danza o que por primera vez se han atrevido a
aprender a tocar un instrumento o tomar unos pinceles.
En el arte hay un secreto: el de la felicidad
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