martes, 21 de agosto de 2012

Magnolio

Mi árbol favorito es el Magnolio. Probablemente porque es de los pocos que florece en medio del Invierno, una estación que me encanta.
Me gusta su forma, sus ciclos pero por sobre todo sus flores que brillan en medio de los días grises. Como convivo a diario con mis hijos, es común que comparta con ellos las cosas que me gustan. Así es como aprendieron desde chicos a reconocer un Magnolio y a jugar a encontrar los más hermosos de la ciudad, en medio de la rutina y los traslados.
Así es como todos los inviernos, debido a que hacemos regularmente los mismos recorridos, “pasamos a ver” a los Magnolios que año a año nos regalan toda su belleza. Incluso elegimos cual es el más lindo de este año o nos lamentamos cuando vemos uno maltratado.
Imaginamos quien es el afortunado que vive en esa casa y se acurruca bajo sus flores. Y también visitamos el Magnolio de mi abuela, que es inmenso, y recogemos sus pétalos en canastas para convertirlos en adornos.
Si bien este post podría tratarse de lo importante y nutritivo que es compartir con los hijos los gustos propios, era de otro asunto que quería hablar: una anécdota.
El otro día estaba con Baltazar, e íbamos rumbo a una clase. Al pasar por una esquina, le señalo un Magnolio que siempre vemos y que estaba maravilloso. Lo hago señalando, sin hablar.
Él se encogió de hombros y me dijo: “no sé qué me muestras,.. ¿Quieres que vea ese Pino que hay ahí? Yo, perpleja, le digo: “No, hijo, … el Magnolio”. Baltazar me responde: “¿Qué es un magnolio?”.  Al ver mi cara pálida se echó a reír y me dijo: “son bromas mamá, precioso el Magnolio”.
Pues bien, no he podido dejar de pensar en esta escena. Es que significa muchas cosas.
Significa que Baltazar me conoce, sabe lo que yo espero de él, sabe lo que es importante para mí y además puede bromear conmigo.
También significa que tenemos todo un camino de contenidos que ha sido trazado sin apuro, pero con mucho significado, donde cada complicidad se transforma en un lazo.

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